El precio de alimentar el miedo: la desinformación erosiona la confianza del consumidor

HOSTELVENDING.COM 22/09/2025.- La conversación pública sobre alimentación se ha visto secuestrada por una oleada de contenidos contradictorios, sobreinformación, sensacionalismo o directamente amarillismo.
Estamos más hiperconectados que nunca y, paradójicamente, más desconectados de nosotros mismos. Los mensajes virales se propagan más rápido que la información contrastada... y en este sentido, la alimentación es un blanco muy fácil.
Lo que antes era una experiencia placentera, primaria y social, ahora es un campo de minas repleto de sospechas: ¿demasiado azúcar?, ¿demasiada grasa?, ¿ese alimento lleva microplásticos o químicos eternos?, ¿y si el pan tostado está demasiado quemado?, ¿es malo el pan blanco? Y así, un sinfín de interrogantes.
Y es que, ahora, influencers, health coaches, pseudogurús o incluso autoridades sanitarias lanzan informaciones con escasa o nula base científica. Mientras tanto, el consumidor (que ya está tensionado por una crisis de coste de vida), se ve atrapado entre la desconfianza, el miedo y la inseguridad para tomar decisiones tan sencillas como qué leche comprar.
En realidad, el fenómeno no es nuevo, pero es cierto que en los últimos años (también por la profileración de las RRSS) se ha intensificado. Cualquier titular que insinúe que un ingrediente puede ser "tóxico" genera un efecto inmediato, sin importar el contexto, la dosis o la evidencia real. Como señala Jessica Steier, fundadora y CEO de Unbiased Science, se confunde presencia con peligro; se infla el riesgo percibido sin matizar la probabilidad del daño. Y lo más grave, se amplifica una visión dicotómica del mundo alimentario donde todo es o "natural" o "malo y dañino".
Steier menciona la propuesta de Robert F. Kennedy Jr., actual secretario de Salud y Servicios Humanos en EEUU., quien ha solicitado eliminar ocho colorantes artificiales del suministro alimentario estadounidense antes de 2026. "Esto es así a pesar de la falta de datos que demuestren que existe un riesgo para la salud humana (a menudo, los alimentos en cuestión tienen concentraciones más preocupantes de azúcar o sodio) y sin tener en cuenta las ventajas y los costes que supondrá el cambio a colorantes naturales.", explica Steier.
Este tipo de decisiones, motivadas más por presión social que por ciencia sólida, además de a las empresas (porque deben adaptarse a regulaciones cambiantes e imprecisas), afectan al bienestar general del usuario final.
Crece la apodada "quimiofobia", el rechazo irracional a todo lo que suene a químico, incluso cuando hablamos de componentes imprescindibles. Se genera rechazo injustificados a grupos de alimentos completos (como los lácteos o los polémicos "ultraprocesados"), y se refuerza una cultura de sobrecoste: familias o usuarios que se sienten presionados a comprar solo productos "orgánicos" (o al menos, eso dice la etiqueta), o a consumir suplementos para compensar ese supuesto déficit nutricional.
Steier habla de una pérdida de confianza en la que el sistema (seguridad alimentaria) se vuelve rehén de modas volubles; en ese caso, será mucho más difícil construir un entorno alimentario resilente, sostenible y basado en la evidiencia.
Eduquemos al consumidor y aboguemos por una narrativa responsable
Desde el punto de vista de la industria, las empresas que lo conforman deben promover una comunicación honesta, divulgativa y estratégica; que explique por qué se usan ciertos ingredientes, técnicas agrícolas o materia prima. ¿Qué aporta un conservante?, ¿qué pasaría si lo eliminamos?
No se trata de silenciar las preocupaciones, que son legítimas; todo lo contrario, abordemos los matices: una sustancia puede tener el potencial de causar daño, sí, pero eso no implica que lo haga en las dosis o condiciones habituales de consumo. Eduquemos en ese "gris".














